Wednesday, May 19, 2010

Amor

Federico Angulo

Por Orlando Gutièrrez Gross

Desde pequeña siempre quise trabajar en una línea aérea, sin embargo nunca busqué el trabajo. Me dediqué a mis estudios y trabajos, que de una u otra forma, tenían que ver con la carrera que había escogido. A los 15 años, supe que quería ser dentista, y nunca más lo volví a dudar, a los 17 ya estaba en mi primer semestre de odontología, llevando las materias básicas de introducción, Física I, Biología humana I, Química inorgánica, Psicología médica y Educación para la salud. Recuerdo que la nota más baja fue de un 92, en Física I. Sí, mi futuro definitivamente era la odontología.

Tuve la oportunidad de pertenecer a una familia de clase social media, que aunque no derrochaba dinero, tampoco le hacía falta, y uno de los lujos que nos dábamos de vez en cuando, era un viaje familiar. Para mí era, (y aun lo sigue siendo) toda una experiencia de alegría y regocijo, el llegar al aeropuerto, ver la gente con sus maletas, las caras felices de los niños, las personas tan bien parecidas que trabajan en los mostradores de las aerolíneas, y por supuesto, estar dentro de la aeronave. Aun estando en mis cuarentas, cuando me monto en un avión, siento que es la primera vez que lo hago, toco todos los botones que encuentro, ojeo las tarjetas de seguridad (aunque me las sepa de memoria), siento el olor a viaje en el ambiente, admiro a esas chicas guapas con sus uniformes impecables y claro está, a los chicos también. Hasta cierto punto, creo que si lograra verme, pensaría que tengo cara de tonta, poniendo atención a las instrucciones de los sobrecargos, mascarilla en cara y cinturón en mano.

Mi primer trabajo, gracias a mi padre, fue como asistente de higienista dental. Un amigo de él, se tomó la paciencia de enseñarme, y cuando estuve lista pude hacerlo yo sola. Tomaba radiografías dentales, impresiones, eliminaba la placa, cálculos y hacía tinciones con pulido de aire, pero lo que más satisfacción me daba era ver la cara de los pacientes cuando les daba instrucciones de higiene dental. ¡Me ponían atención!

Conservé el trabajo durante 3 años, sin embargo, llegó un momento en la carrera, en que además de las clases teóricas, debía de hacer prácticas, por lo que ya no me daba tiempo para seguir en la clínica. No tuve más remedio que renunciar. El Doctor Córdova (amigo de mi papá) se alegro mucho de mis avances, que por supuesto el mismo iba viendo, y me ofreció regresar a la clínica cuando pudiera y quisiera.

Continúe con los estudios, la vida seguía normal, aparentemente tendría un futuro prometedor, tenía un novio que hasta donde yo pensaba, llenaba mis expectativas, mi familia estaba orgullosa de mí, en fin, todo era positivo.

Me encontraba ya casi terminando uno de los últimos semestres de la carrera y se acercaba la época navideña, cuando un día me dije: - ¿Ana, te has dado cuenta que ya prácticamente eres una profesional y nunca más volviste a pensar en los aviones? No sé por qué me acordé de ese sueño e inmediatamente tomé el teléfono y llamé a la aerolínea de mi país, con el fin de averiguar si tenían plazas vacantes. La respuesta fue lo que en todas las empresas le dicen a uno. Traiga su hoja de vida y si surge una oportunidad nos comunicaremos con usted. Así lo hice, esa misma tarde lleve mi currìculum. A los dos días me llamaron para ofrecerme una plaza como agente de tráfico.

¡Dios mío! ¿Qué hago? ¿Me tomo un semestre de vacaciones en la universidad y aplico para ese trabajo? ¿Qué dirán mis padres? ¿Es lo que quiero? – Me pregunté - Con mil razones en contra y un par a favor, decidí aplicar. Llegué a la entrevista, me hicieron exámenes, me capacitaron durante un mes, y entré a trabajar.

Mi primer día de trabajo me veía como una modelo, o así es como yo lo quiero recordar, con falda roja hasta las rodillas, camisa blanca, saco rojo, un lacito rojo que me rodeaba el cuello, zapatos altos y cerrados de color rojo con el borde blanco, medias color natural y un maquillaje discreto. Las reglas eran muy específicas con el uniforme, todas las mujeres con el pelo por debajo de las orejas, debían de llevarlo recogido, por lo que ese día opte por un moño alto.

Pasaron unos meses, y la vida en el aeropuerto se había vuelto rutinaria, ya no me excitaba el vestirme con todos los implementos rojitos que tenía, menos levantarme a las 3 de la mañana para peinarme de moño alto, en vez de eso, me levantaba a las 3:30 am y me hacia una cola de caballo, y si me levantaba de buen humor, me hacia la cola de caballo hasta arriba, para parecer una colegiala, los bordes blancos de los zapatos ya estaban negros de sucios y las camisas blancas, parecían grises. EL maquillaje discreto se había vuelto invisible pero si tenía la cola de caballo arriba (que era señal de buen humor) me ponía el primer labial que encontraba en la mesa de noche.

Un buen día, me tocó trabajar en el último turno, el único que yo en verdad detestaba, pues había que esperar a que llegara el último vuelo a las 8 de la noche, que nunca era puntual, en itinerario decía 8, pero en la realidad llegaba como a las 11. Así que se podrán imaginar la cara con maquillaje discreto que tenía a eso de las 10:00 pm, la cola de caballo parecía que eran dos, de tantos pelos que se salían del hule, y ni les digo como me olían los sobacos, un tufo a mierda era poco! A los minutos llegó el bendito vuelo que debía de recibir, así que me encaminé a la puerta del avión con un dolor de pies espantoso, ¡malditos tacones! – pensé - y cuando la puerta se abrió, aparece un sobrecargo de bajo tamaño, flaco flaco flaco, como cerilla de fosforo, más negro que blanco, de labios trompudos, y en lo que bajo los ojos para ver qué tipo de zapatos anda, veo aquellas cosas sucias y puntiagudas. ¡Uy no! Aunque sea empleada pero bien calzada! (es el dicho de mi hermana)Ya esta noche no puede ir peor –pensé – El pobre tipo advirtió que yo lo examinaba de pies a cabeza, y él hizo lo mismo conmigo, y para terminar de cagarme en la susodicha noche, me hace caras de odio!

A la puta! Solo eso me hacía falta, que este sirviente de avión me haga caras a mí, a toda una dentista en potencia, que por huevona, pareciera que es mucama de hotel. No le presté mucha atención, hice mi trabajo y me dirigí a la oficina para entregar los papeles del vuelo.

Muy tranquila y digna iba en las escaleras eléctricas, cuando volteo a ver, y va el flacucho ese, y lo peor, ni siquiera me determina! Así que lo puta en mí salió y le hablé:

- Oye y cuando ustedes vienen acá ¿salen a divertirse?

- Pues rara vez, aunque hoy tengo ganas de salir y si mis compañeros no quieren, me iré solo, a tomar una par de copas.

- Pues yo salgo en 5 minutos, si quieres paso por tu hotel y te llevo a conocer algo de la ciudad.

- En verdad? Pues me parece muy bien la idea, pasa a mi hotel, me hospedo en el “Gran Hotel”, estaré listo en 40 minutos. Me llamo Federico Angulo.

- Mucho gusto Federico, yo soy Ana. Entonces paso por ti.

¿Qué estoy haciendo? Este tipo es feo, yo tengo novio, ya es tarde. Mejor me apuro y me voy a retocar al baño y a cambiarme. – Pensé –

45 minutos después, estaba en el hotel, con pelo suelto, unos vaqueros que cargaba en el carro, sweater con cuello de tortuga y bien maquillada. En lo que aparece el flacucho del avión, en jeans, camisa negra, unas botas de punta cuadrada color negro, el pelo con gel, en fin, el flacucho espantoso, aparentaba tener buen gusto en la ropa y déjenme decirles, que se veía bien, hasta cuerpito se le veía.

Fuimos por un par de copas y terminamos en su habitación del hotel.

Pasaron las semanas y mi teléfono celular sonó.

- Alò

- ¿Ana?

-

- Hola Ana! Es Federico!

- ¿Quien?

- Federico!

- ¿Cual Federico?

- Nos conocimos hace unas semanas, fuimos a tomar unas copas…

- Federico!!! ¿Cómo estas? ¡Qué sorpresa tan agradable!

- Estoy entrando al aeropuerto y me preguntaba si podíamos vernos.

- Claro, paso por ti al hotel?

- Sí, en una hora?

- Perfecto, ahí estaré.

Está demás decir que esa noche nuevamente terminamos en su habitación, con la única diferencia, que su nombre se quedaría grabado en mi mente.

Estuvimos viéndonos durante los siguientes meses, en los cuales volví a levantarme a las 3 de la mañana para ponerme mis implementos de color rojo y peinarme con moño alto, cuando sabía que Federico vendría a verme. Mi carro parecía más bien mi closet, pues tenía que vestirme linda para él.

El novio que tenía, ¿què les digo? Pues no se que será de él. Lo que si sé, es que renuncié al trabajo de la aerolínea a los 9 meses de estar ahí. No terminé mi carrera de odontología y me mude de país para estar con Federico.

Hoy en día, después de 17 años, sigo con Federico, es mi alma gemela, no me arrepiento de ninguna de las decisiones que tomé, tenemos 3 hijos preciosos y estamos esperando el cuarto. El flacucho “sirviente de avión” es el hombre más guapo que he visto y veré en mi vida, tanto por fuera como por dentro.

Me he dado cuenta, que todos mis sueños de joven, eran simples implementos que me llevarían a mi verdadero sueño. Federico.

Te amo Federico.

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