Wednesday, May 19, 2010

Infantiles

Botas Blancas

Por Orlando Gutiérrez Gross

Todas las tardes, al regresar a casa, José Luciano Federico Malbec admiraba la belleza del Palacio de Carnes, era impresionante ver las murallas que se levantaban y parecían llegar al cielo, murallas que tapaban el castillo.

José Luciano Federico Malbec, era un perrito blanco, con la cabeza más grande de lo normal, sin perder la proporción, de pelo blanco blanco como las nubes, ojos grandes y redondos, con pestañas blancas y lisas, su cuerpo era el típico cuerpo de un perrito trabajador, fuerte, musculoso y algo enano, pues de tanto cortar leña había logrado sacar músculos. Sus patitas eran blancas como el algodón y pequeñas. Su papá le había puesto dos apodos: “Trucha Blanca” y “Patas de carnero”, lo cual nunca había logrado entender el por qué de sus apodos, pero su viejo padre le decía siempre: - No sé por qué te los puse, un día se me ocurrieron y como me gustaron, te los dejé.

Desde muy pequeño, José Luciano Federico Malbec, ayudaba a su papá, cortando leña, acarreando bultos y poco a poco iba aprendiendo el oficio de carpintería. Era un perrito totalmente dedicado a su padre, pues solo ellos dos vivían y tenían que trabajar para poder comer. No había un solo día en que el no pensara que llegaría a ser alguien muy importante y su papá finalmente dejaría de trabajar.

- Malbec! Deja de fantasear, le decía su padre. Nosotros somos trabajadores, y es mejor que utilices tus fuerzas para pensar en cosas más productivas, que simples fantasías.

Sin embargo, Malbec (le decían sólo Malbec, pues su nombre era extremadamente largo) siempre tuvo la certeza que cosas buenas vendrían para él, y no podía evitar sus pensamientos, y mucho menos cuando pasaba cerca del Palacio de Carnes.

En el Palacio de Carnes, vivía el Rey, con su hijo, el Príncipe Don José Tiago Nicolás Ramón, que al igual que Malbec, por tener un nombre tan largo, su papá el Rey le decía Tiago.

Tiago tenía dos apodos que el Rey le había puesto: “Camarón negro” por su gran habilidad en el agua, era un excelente nadador, que podía hacer cualquier pirueta dentro del agua; y “Piraña de Amor”, pues cuando el Rey jugaba con su hijo, éste lo mordía. Este último apodo era algo controversial, pues en la comarca, a Don José Tiago Nicolás Ramón, le temían, por su gran habilidad de morder, se defendía y enseñaba los colmillos, no existía quien pudiese vencer a Tiago. Por esta razón, le decían “Piraña de Odio”

Tiago pasaba sus días dentro del castillo, ya que no le permitían salir por seguridad. Se aburría mucho, no tenía amigos, y ni siquiera conocía a sus primos, pues éstos vivían en países lejanos.

Tiago era un perrito muy elegante, con porte de nobleza, eso no se podía negar. Era de color negro, colocho, el cuello era perfectamente alto y estilizado cuando se paraba, y desde lejos se podía admirar semejante elegancia. Sus ojos eran algo achinados y su barba larga y negra hacía perfecta combinación con su cara y cuerpo.

Un buen día, Malbec tuvo la suerte de entrar al Palacio de Carnes, no lo podía creer! Uno de sus sueños se estaba haciendo realidad, conocería el palacio por dentro.

El Palacio de Carnes daría una fiesta en honor al cumpleaños de Don José Tiago Nicolás Ramón, y necesitaban mas leña de lo acostumbrado, pues el banquete sería para 3700 personas.

Malbec se había bañado desde muy temprano, incluso decidió peinarse los pelos parados de su cabeza, pues iría a entregar leña al Palacio. Decidió ponerse sus botas blancas, que le había enviado su abuela de regalo de cumpleaños, y un chaleco que su papá le había cosido.

Al fin de cuentas, tengo que ir muy bien arreglado, pues nunca se sabe quien te verá – pensó Malbec-.

Cuando el puente levadizo se abrió, Malbec empezó a caminar, empujando su carretilla llena de leña, sus pasos eran algo torpes, pues no estaba acostumbrado a trabajar con botas blancas y caminar sobre piedra, le dolían sus patitas de carnero, pero nada de esto le detenía, al contrario, estaba feliz de poder conocer el Palacio.

Sus ojos estaban maravillados de observar los jardines del Palacio, parecían infinitos, llenos de árboles frutales, de naranja, limón, cerezos, flores lindas, tulipanes rojos, amarillos, verdes, morados, con gotitas de rubíes en sus pétalos, grama verde verde verde, que asemejaba esmeraldas brillantes, fuentes por todo el jardín, que en vez de agua tiraban huesos, deliciosos huesos, para morderlos y chuparlos, y poderlos esconder tras las diferentes plantas que habían en todo el jardín.

La construcción del Palacio de Carne, era como su nombre lo decía, de carne, miles de kilos de carne juntos en una sola construcción, era un tipo de carne especial, que siempre estaba fresca y tenía diferentes colores, para que el palacio fuera alegre a la vista. La carne se podía comer, por supuesto que sí, y trozo de carne que se quitaba de la pared, aparecía inmediatamente, para que no quedaran hoyos en sus paredes.

Malbec llego al depósito de leña, donde tendría que dejar la mercancía. Era un cuarto iluminado, grande, como un cuadrado, de paredes de carne, donde entraba el sol todo el día y de esta forma la leña se mantenía siempre seca, en caso que lloviera, las ventanas se cerraban y la carne no dejaba entrar ni una sola gota de lluvia.

Poco a poco, Malbec empezó a acomodar la leña, cuando escuchó un ladrido a lo lejos, volteó la cabeza para ver de donde venía, y casi se va de espaldas al ver al Príncipe Tiago, jugando a pocos metros de él, con una pelota hecha de hilos de diamante (por que los hilos de oro no sirven para hacer pelotas, quedan muy aguadas), la pelota iba de arriba para abajo, y Tiago la agarraba en el aire, le daba patadas, corría tras ella, se le escapaba, la volvía a agarrar, metía sus dientes dentro de los hilos de diamante y con la boca la volvía a tirar al aire, para que la pelota se alzara y poder seguirla.

Malbec se quedó mirándolo fijamente, era un perro perfecto, su belleza podía dejar ciego a cualquier persona, y ver la destreza con que jugaba, era intoxicante. Cuando de repente, algo golpeó la cabeza de Malbec y lo asustó! Era la pelota de Tiago, que había llegado hasta él por accidente, y rápidamente el Príncipe se acercaba a donde estaba él. No lo podía creer!!! Conocería al Príncipe!

- Disculpa, se me ha ido la pelota, me la puedes tirar?

- Ehhh…síiii….claro. Eres el Príncipe Don José Tiago Nicolás Ramón?

- Sí, y tú quien eres?

- Mi nombre es José Luciano Federico Malbec, estoy acá dejando leña para el banquete de tu cumpleaños. Mientras le explicaba quién era, le extendió la pelota.

- Gracias! Quieres jugar conmigo? Veo que tienes unas botas blancas muy bonitas, siempre andas así?

- No, me las he puesto hoy, para venir a tu palacio, pero no me acostumbro a usarlas, me incomodan.

- Quítatelas y ven a jugar conmigo.

El Príncipe no había terminado de decir esas palabras, cuando Malbec ya estaba sin botas y listo para atrapar la pelota.

Los dos empezaron a jugar, uno le tiraba la pelota al otro, se la quitaban, ladraban muy alto, reían, corrían entre los árboles frutales, de vez en cuando se detenían a tomar agua y continuaban con su juego.

Pasaron unas horas, y Malbec se dió cuenta que ya casi era de noche.

- Príncipe, has sido muy amable en dejarme jugar contigo, pero ya está anocheciendo y es hora de irme a casa. Mi padre estará preocupado esperándome.

- Claro, te entiendo. Vendrás a mi cumpleaños el Sábado?

- No creo Príncipe, no me han invitado.

- No seas tonto, yo te estoy invitando. Y con dos ladridos poderosos, hizo aparecer en sus manos una invitación para su cumpleaños, totalmente hecha de carne, se podía comer!

- Gracias Príncipe! Acá estaré.

Corrió lo mas rápido que pudo, corrió y corrió, hasta que llegó a su casa y le contó a su padre lo que había sucedido, le enseñó la invitación y le pegó un mordisco, e inmediatamente volvió a salir carne.

Era una bendición tener esa invitación, pues era una pequeña fuente de carne, para quien la tuviera.

Padre e hijo celebraron esa noche, y se dieron un gran banquete de carne, que salía de la invitación. Tenían mucho tiempo de no comer carne, pues era muy cara.

El tan esperado día Sábado llegó, y Malbec se puso sus mejores galas, un traje negro con corbatín negro y sus botas blancas! Malbec adoraba esas botas, porque su abuela, como habíamos contado antes, se las había enviado desde un lejano país, por correo, ella temió que las botas nunca llegaran a su nieto, pero sí llegaron, lo cual le hizo confiar plenamente en el servicio postal entre países lejanos. Desde ese momento, cualquier cosa que ella tuviera que mandar, aunque fuera un recado a la casa de la vecina, lo mandaba por medio del Servicio Postal de Países Lejanos, pues confiaba más en ellos que en ella misma.

Malbec llegó al Castillo, dónde la gente hacía fila para entrar, todos tenían sus invitaciones de carne, listas para enseñar. Cuando le tocó su turno de enseñarla, pasaba por ahí el Jefe de los Meseros, y al ver a Malbec con su corbatín negro y sus botas blancas, lo regañó.

- Por el Castillo de las Carnes! Qué haces acá? Todos los meseros deben de estar atendiendo a los invitados, apúrate y ve a la cocina a tomar una charola con carne, para que la pases a los invitados.

Malbec trató de explicarle el mal entendido, enseñándole la invitación, pero el Jefe de Meseros se la quitó inmediatamente y la guardó.

- Dios quiera que no te agarren robando invitaciones, sería tu fin! Yo no diré nada, pero apresúrate a cumplir tu trabajo.

Malbec no entendía que era lo que sucedía pero se encaminó a la cocina a tomar la charola de carnes para pasarla. Cuando vió a los meseros, logró entender el por qué de la confusión, todos vestían trajes negros con corbatín negro y botas blancas. Mientras que los invitados a la fiesta, llevaban ropas de colores, total, era una celebración y no un funeral.

No le quedó más remedio que atender a los invitados, se sentía triste, porque quería jugar con las pelotas, las cuales no eran de hilos de diamante, eran pelotas de pollo, sí, de pura carne de pollo. Y cada invitado tenía derecho a llevarse cuantas pelotas de pollo quisiera, como recuerdo del cumpleaños del Príncipe Don José Tiago Nicolás Ramón.

El Príncipe estaba feliz, de todas partes del mundo había recibido regalos e invitados (que no conocía), pero le extrañaba que su nuevo y único amigo “Malbec” no hubiera llegado.

Tiago le pidió a su padre, el Rey, que mandara a buscar a Malbec, quería saber que le había sucedido, y el Rey, al oír tal petición mandó a uno de sus generales a buscarlo.

El General del Palacio de las Carnes, regresó, contándole al Rey, que según el papá de Malbec, su hijo había ido al cumpleaños, por lo que debía de buscarlo entre los invitados.

Así se hizo, y encontraron a Malbec, sirviendo charolas de carne. Lo llevaron ante el Príncipe y al preguntarle éste porque servía a los invitados, Malbec le contó lo sucedido.

- Tráiganme al Jefe de Meseros! Dijo Tiago muy enojado.

Cuando éste se presentó ante el Príncipe, le explicó que el se había confundido, y que había pensado que Malbec era uno mas de los meseros.

Inmediatamente lo despidió y le pidió que abandonara la Comarca, pues un error tan grave como el que había cometido no se le podía perdonar.

Malbec intercedió por el Jefe d Meseros, pidiéndole a Tiago que lo dejara libre, que un error lo podía cometer cualquiera, y aunque no le pareció la idea, Tiago aceptó.

- Príncipe Tiago, quisiera que aceptaras este regalo, que, aunque humilde, te lo doy con todo mi corazón. Y acto seguido, se quitó las botas y se las dio.

Al ver semejante acto de amistad, el Príncipe lo abrazó, y le dijo:

- Corre a casa de tu padre, y tráelo.

Malbec corrió a su casa y en cuestión de 20 minutos se encontraba ante el Rey y su hijo, junto con su padre.

El Rey dio dos ladridos poderosos, y los invitados hicieron silencio. Se dirigió a ellos y dijo:

- Malbec, desde este momento serás conocido como: Conde Don José Luciano Federico Malbec, dio dos ladridos nuevamente y las ropas de Malbec y su Padre se transformaron en elegantes trajes hechos a la medida, bordados con oro, rubíes, esmeraldas. Los colmillos de Malbec se volvieron de puro diamante y su pelo adquirió un brillo nunca antes visto por ningún ser viviente.

El Príncipe Tiago levantó la voz y dijo:

- El título otorgado a ti, Conde Don José Luciano Federico Malbec es una dignidad otorgada por mi padre el Rey, por tu trayectoria como fiel hijo, y fiel amigo, que aceptaste servir a mis invitados, siendo tú uno de ellos. Has pedido piedad a favor del Jefe de Meseros y me has entregado tu más valiosa posesión: tus botas. Por estas razones, a partir del día de hoy, serás Ministro de Trabajo y lucharás contra cualquier injusticia. Tus colmillos de diamante, te darán la sabiduría para distinguir entre el bien y el mal, y nunca más volverás a pasar hambre. Que así sea!

El sueño de Malbec se había hecho realidad, el supo que si lo deseaba lo suficiente, se cumpliría, y finalmente, su padre, había dejado de trabajar y podía disfrutar de su vida de anciano. Malbec fue conocido como el “Conde Justo”, y la gente del pueblo se había dado cuenta que no era correcto juzgar a las personas sin antes conocerlas, de hecho, el apodo de Piraña de Odio, nunca se volvió a escuchar, solo el de Piraña de Amor, cuando se referían al Príncipe Don José Tiago Nicolás Ramón.

P.D. Si se preguntan que pasó con la abuela de Malbec, él la llevó a vivir junto a él y la nombró Ministra de Servicios Postales de Países Lejanos.

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