Wednesday, May 19, 2010

Perros 2

Chantaje emocional

Por Orlando Gutiérrez Gross

Todo empezó un jueves en la mañana, cuando me sacaron de la jaula y entré en un lindo apartamento. Mi nuevo dueño tenía cara de asombro, me hablaba anormal, con voz pitoreta, tan aguada que molestaba mis oídos.

Los días pasaron y me acostumbraba más y más a la nueva casa. Ya había entendido que si no orinaba donde ponían papel, me zampaban una nalgada. No tenía permitido subirme a la cama, en cambio, me tenían una en la lavandería.

Considero que soy un perro bien portado, con un par de defectos, pero ¡por Dios!, ¿qué can no tiene defectos?

Cuando mi dueño salía de casa y tardaba mucho, sentía placer en jugar con sus zapatos, el olor natural a él entraba por mis fosas nasales, y me intoxicaba. Me alegraba. Me sentía fuera de este mundo. Morderlos con los dientes, tirarlos para arriba, oír como caían y los volvía a agarrar, era todo un deleite para mí.

La primera vez que pasó, me regañó fuertemente y me dejó en el patio todo el día. Mis chillidos no surtieron efecto, así que decidí volverlo a hacer en venganza. Esto se había convertido en un ritual y hasta cierto punto los dos los disfrutábamos.

Un buen día llego una mujer a su vida, poco a poco se fue afianzando en la casa, hasta que llevó ropa, zapatos y se quedaba a dormir. La odiaba, cada vez que la veía sentía como el corazón me latía a mil por hora y además, le hedían los pies. Entonces decidí dejar los zapatos de él, y ensañarme con los de ella. El olor me intoxicaba, pero no de placer. Le destruí todos los zapatos que pude y toda las pertenencias que podía alcanzar con mis dientes. Hasta que un día escuché como ella le decía:

-¡Decide!, o el perro o yo-

En ese momento puse la cara más triste que se puedan imaginar, y me eché a los pies de él.

-¡No me hagas esto Karla, entiende!-

-¿Entender qué? ¡Es fácil, o él o yo!

Nunca más la volví a ver y en agradecimiento no mordí sus zapatos nunca más.

No comments:

Post a Comment

 

Dale click acá para ir a los cuentos de Quique, no te arrepentirás!